Nos encontramos ante el caso de un niño disfémico de 10 años, su tartamudeo aumentó en los últimos meses y, a pesar de que tuvo problemas de fluidez desde que empezó a hablar, sus padres se mostraron preocupados. Para que la fluidez en el lenguaje del niño mejorase y éste se mostrara menos tenso en situaciones difíciles, pedimos la colaboración de la familia. Este proceso de intervención consistió en el desarrollo de cuatro fases.
Se comenzó con la primera fase, que consiste en establecer la relación entre logopeda-familia. En ese momento, la familia y el logopeda intercambiaron información del niño sobre los siguientes temas: había antecedentes de una posible hipoxia perinatal, lo cual pudo haber contribuido a la falta de fluidez en el habla; fue operado en dos ocasiones (con cinco años de apendicitis; y con cuatro años de vegetaciones, lo cual sí que pudo haber influido en el habla).
Con cuatro años, su lenguaje espontáneo era escaso, con baja inteligibilidad por problemas de pronunciación; esta etapa coincidió con la escolarización del niño en un colegio bilingüe y fue cuando se detectaron dificultades en el lenguaje oral y de aprendizaje de la lectoescritura, en ese momento un psicólogo le diagnosticó dislexia.
Posteriormente, los padres decidieron cambiar al niño de colegio lo que provocó algunos problemas de conducta, como retraimiento, evitar las tareas, etcétera, haciéndose más evidentes las difluencias en el habla, y la presencia de bloqueos intensos.
Para ayudar al niño a que superase sus dificultades se pasó a una segunda fase, la búsqueda de soluciones. En esta fase la familia tomó conciencia de las situaciones en las que su hijo se comunicaba bien, aunque fuese excepcionalmente. Por eso, informaron al logopeda de que su hijo no tenía problemas de relación en el colegio, a pesar de que le costara hablar con sus compañeros, sus dificultades fueron menores. En cambio, en la clase no preguntaba por temor al tartamudeo y las burlas.
El temor que mostraba en las clases, dio lugar a que durante el curso escolar mostrase mucha tensión muscular a la hora de hablar en público y tuviese una mayor ansiedad, sin embargo en las épocas vacacionales disminuían todas estas dificultades.
Se buscaron posibles fortalezas o aspectos positivos. En este caso, Daniel tenía miedo a leer delante de toda la clase, pero era capaz de leer ante un grupo reducido o ante su profesor. Se realizaron estudios psicológicos y los resultados indicaron que no tenía problemas intelectuales, a pesar de que aún persistían algunas dificultades en la lectoescritura. Daniel mostró deseos de mejorar la lectura delante de sus compañeros, por eso, se partió de la motivación del niño, de tal modo que pudimos establecer soluciones para ello.
A continuación pasamos a la tercera fase, basada en la enseñanza de recursos para la comunicación. Necesitábamos la máxima colaboración de la familia, por eso se les pidió que utilizasen la observación directa en diferentes situaciones reales.
El niño no estaba realmente motivado puesto que era su tercer tratamiento logopédico pero partimos de que tenía una motivación para mejorar en la lectura, ya que se mostraba interesado en conseguir leer delante de todos sus compañeros, por eso mostró una mayor iniciativa a la hora de realizar esta actividad. Para que lo pudiera conseguir, se llevó a cabo el siguiente proceso: en primer lugar, en la consulta el logopeda le marcó un patrón de lectura lento que el niño tenía que seguir paralelamente y combinándolo con una buena respiración se eliminó la tensión muscular. Cuando el niño fue capaz de realizar la tarea, se le estimuló para que continuase solo. Seguidamente, cuando la lectura fue fluida, tuvo que llevar a cabo el ejercicio en su casa con ayuda de su madre, y más tarde, tuvo que continuar con la lectura él solo, pero con alguien que le escuchase.
Una vez que se consiguió mejorar la lectura en Daniel, se trató de mejorar el lenguaje oral, utilizando un patrón de habla lento. Al igual que en el tratamiento de la lectura, primero se trabajó en la consulta y después se trasladó a casa, donde colaboró el hermano mayor. En un principio, debía hablar con la madre durante un tiempo limitado, utilizando el habla enlentecida y evitando bloqueos. Más tarde, debería hacerlo con su padre y su hermano, y así, más adelante, podría usarlo en situaciones problemáticas.
Puesto que uno de los recursos que utilizó la familia fue el modelado, se les pidió a los padres que cambiasen la forma de comunicarse con su hijo. Estos, utilizaban un lenguaje con un alto nivel de complejidad sintáctica y un vocabulario muy difícil para el niño, lo cual provocaba un impedimento para los intercambios comunicativos que quería tener el niño. Sus padres eran un modelo difícil de imitar.
Para que el tratamiento continuase siendo exitoso, se llevó a cabo el entrenamiento en relajación, con la técnica de Jacobson (1938). El niño debía realizar de manera regular los ejercicios para poder eliminar las sensaciones desagradables de tensión en determinadas partes de su cuerpo. Una vez que esto estuvo instaurado, se fueron introduciendo poco a poco las situaciones conflictivas para él, para que pudiese afrontarlas. Se pidió la colaboración del profesor, y se le dieron ciertas pautas a Daniel (bajar la voz, cuchichear, emitir un sonido al comienzo de la emisión…), así éste consiguió leer delante de su clase.
Finalmente se llevó a cabo la última fase, que consistió en su seguimiento. En los primeros 12 meses de tratamiento se consiguió que Daniel hablase sin bloqueos en todas las situaciones, no se retrajera de hablar y supiera qué hacer cuando se sintiese tenso. Tanto los padres como él mismo valoraron su mejoría. Las sesiones fueron frecuentes, es decir tenía varias sesiones semanales.
A partir de los 12 meses, las sesiones se distanciaron, dejando una sola sesión a la semana, de tal modo que se pudiese hacer un seguimiento de la evolución. Indicando los ejercicios que tenía que realizar y recomendando a los padres que animasen al chico. Durante los 3 meses que fue observado por los diferentes implicados en el tratamiento, tuvo algunos problemas en situaciones conflictivas, pero se les informó a los padres de que podía existir algún momento donde le fuera difícil controlar la fluidez.
Después de este período (es decir, a los 15 meses), las sesiones comenzaron a ser quincenales, y en ellas se les indicaba cómo debían resolver las dificultades. A los 19 meses fue dado de alta. Y, además se comprobó que a los 2 años de iniciar el tratamiento aún persistían sus avances de forma significativa.